De parte de las 60 princesas muertas


Erase una vez una princesa desvalida, un caballero valiente, un amor abnegado, una promesa de protección y otra de posesión. Y ahí empieza todo. Porque, desde siempre, nos enseñan un comieron felices, unas perdices cocinadas siempre por ellas, y un “no sin mi príncipe”. Sin preguntas, como gustan las ruedas de prensa ahora.

Erase una vez una princesa preguntona. Y ahí se empieza a complicar el cuento ¿Y si el príncipe también está desvalido? ¿Y si yo no tanto? ¿Y si no me va nada eso del amor abnegado? ¿Y si no quiero que nadie me proteja? ¿Y si quiero que mejor me cuiden y cuidar yo? ¿Y si las perdices las compro cocinadas y puedo hacer cosas yo sola, sin el príncipe en cuestión? ¿Y si puedo hacer las mismas cosas que el príncipe, luchar en sus mismas batallas y elegir algo más que mi pareja de baile? ¿Y si mi vida no es un punto y seguido de la de mi príncipe?

Pero hay muchas princesas que no han tenido muchas oportunidades de formular las preguntas adecuadas. Ni siquiera han tenido fuerzas o tiempo suficiente para hacerlo. Ahora ya no pueden. Son 60. Y son sólo las de 2011. Muertas.

Y han muerto por violencia machista. Que no es violencia “en el entorno familiar” si no en el entorno social, que pasa y pasa y pasa. Porque no somos paranoicos las y los que vemos comportamientos lejos de la igualdad y del respeto que sustentan de fondo muertes así. Y puede que sin quererlo.

Porque el 80% de los jóvenes españoles creen que las chicas tienen que complacer a sus novios y el 60% creen que una chica se realiza cuando tiene novio. ¿No es inquietante que haya un sector social (joven) que piense de verdad que las princesas han nacido para servir a sus parejas, respetarles por el único mérito de ser hombres y llevarles las zapatillas sin aturullarles con problemas?

¿No es preocupante que el 10% de las jóvenes españolas crean normal que su novio las fuerce a mantener relaciones sexuales? ¿De dónde sale esta idea? ¿No será porque el príncipe-troglodita lleva la carne a la cueva y entonces hay que pagar por ella? Y a mí que esto no me suena bien... ¿No es doloroso que un arzobispo justifique el abuso por parte de un hombre si su mujer aborta? ¿Y dónde termina esa bonita relación de pareja? ¿Por qué se permite esta apología de la violencia?
¿Cómo perdura esa idea de que “las mujeres son objetos de posesión”? ¿No será una excusa para que no haga lo que quiero, verdad? A veces se me olvida que tenemos consideración de florero con cualidades. Reproductivas a ser posible. ¿Y si pertenezco no decido? ¿Y si decido? ¿Y si me gusta decidir? Entonces que venga un hombre hecho y derecho a enderezar la situación.

Y valgan estas preguntas (algunas de muchas) como una razón más a las siete que aporta Virginia P. Alonso para que a la violencia machista se la llame violencia machista. Que los trapos sucios no deben lavarse en casa nunca más. Hay trapos que deben airearse y gritar porque no son producto de la familia sino de todos. Y todos somos responsables.

Así que me permito un lujo. De parte de las 60 princesas muertas este año que termina. Hacer preguntas: ¿Qué les pasa a los príncipes que no se enteran? ¿Por qué se sigue perpetuando esto? ¿Cómo nos quitamos de encima tanta corona molesta? ¿Por qué tengo que ser la princesa perfecta para llegar a reinar cuando ha habido tanto rey mediocre? ¿En qué célula se nos ha grabado la teoría de la buena madre (me suena a un tema que he escuchado recientemente en campaña…)? ¿Y la de la buena esposa? Siglos y siglos de entrenamiento.  Luego dicen que son las madres las que perpetúan el sexismo. ¿No será porque son las madres las que, por lo general, siguen pasando más tiempo con los niños? Y los príncipes que pasan de la práctica de coger por los pelos a la princesa y llevársela a la tienda ¿por qué no gritan más? Se les escucha poco, y es una pena.

De parte de estas 60 princesas muertas. Porque desgraciadamente en el 2012 habrá más. Por esas 60 princesas muertas, no deberíamos dejar de hacer preguntas. Yo no.

Yo confieso (sobre juguetes y libros)


Voy a hacer una confesión. Le vamos a pedir a los Reyes Magos una cocina para vosotras (mis hijas). Va a ser el regalo grande del día. Hemos procurado que sea sencillita, que no sea rosa (no es fácil, lo garantizo) y que sea de madera (manías). Pero es una cocina. Si vosotras fuerais un chico y una chica, muchos aplaudirían la decisión familiar como un acto reivindicador de la igualdad y la coeducación. Pero resulta que tengo dos niñas en casa. Y les encanta dar de comer a los muñecos. Y hacen un plato de cualquier cosa. Me estresa la duda y me entran arrebatos de atajar el asunto con un garaje (que también os va a gustar), porque hay alarmas interiores que se me encienden cuando algo huele a sexismo o desigualdad. Pero estoy absolutamente convencida de que os lo vais a pasar en grande, así que habrá cocina.

Y acudo al decálogo del juguete no sexista buscando orientación. “No hay juguetes de niños o de niñas. Evita esta idea”. Por Dios, y yo ya llevo dos penalizaciones. Los bebés del cumpleaños y la cocina de ahora. A ver si mi subconsciente me está traicionando. ¿Sabéis que pasa? Que tampoco me voy a poner bruta porque sí y eliminar las cocinas, las muñecas y las combas porque las pobres hayan sido consideradas “de niñas”. Tampoco os voy a penalizar a vosotras prohibiendo ese tipo de juguetes que, de verdad, a mí me han gustado (sobre todo la comba). “Evita esa idea”. Pues eso, evita pensar que son para unos o para otros.  Así que sirven para unos y para otros.

“No hay colores de niños o de niñas”. En esta no me pillan. Porque por el rosa no paso. Me carga desde siempre. Pero no os podéis imaginar lo que cuesta a veces salirse del mundo “pink”. A parte de que me parece una injusticia que para las niñas sólo valga el rosa y para los niños todos los demás. Una desproporción.

 “… Escoge con acierto (…) libres de prejuicios sexistas”. De eso estoy hablando. Que para compensar tenemos moto y pelota (grandes éxitos ambos). Y los coches , y los click, y los colores, y los puzzles, y las construcciones, que no parecen sospechosos de nada. Y que han caído o caerán gracias a otras cartas a los reyes.

 “Busca libros, juegos y juguetes en los que se nombres niños y niñas”. Y debería añadir, sobre todo en el caso de los cuentos,  “y que aparezcan madres y padres” y si además hacen tareas iguales, mejor que mejor. Porque yo me veo todas las noches contando el  cuento de Garbancito en el que el papá del crío, aunque no aparece en el dibujo, entra también en la cocina; colocando a papá tortuga haciendo los biberones mientras mamá tortuga baña a las tortuguitas y explicando que  sí, que Caperucita también tiene padre que hace pasteles para la abuela enferma. Y en último caso, sí, opto por contar directamente cuentos sobre un cocodrilo, colores y números, donde no entran en estos temas.

El caso es que yo he jugado a los soldados con mi hermano, he pintado aviones, y he echado carreras de chapas ciclistas en la alfombra. Y a él le tocó vestir Nancis, pasear pin y pones, y saltar a la comba. Y de mi boca no saldrá un “a esto no juegues que esto es de niñas (o de niños)” como he llegado a escuchar en el parque. Así que sí, fuera la duda. Cae cocina. Y entraré en la siguiente preocupación que no tiene que ver con la calidad sino con la cantidad. Porque, en realidad, siempre me van a parecer demasiados juguetes. Pero esa es otra batalla. O la misma, según se mire.

Voy a votar... porque puedo


Es el día del debate a dos bandas (a mí me gustaría alguna banda más, la verdad). Y yo ya tengo una decisión tomada pre-debate. Voy a votar. Porque puedo.

Siempre he querido usar un “porque puedo” alguna vez. Ahora toca. Porque el próximo 20N voy a votar. Es lo único que tengo claro. Y lo voy a hacer, entre otras cosas, porque puedo. Y porque otros no pudieron en otros momentos de la historia y me gusta hacer memoria. Ha sido una pelea dura y larga para muchos. En el caso de las mujeres, por ejemplo, fue una reivindicación que tuvo sus primeros frutos allí, al otro lado del mundo, en Nueva Zelanda. Donde se supone que no pasan muchas noticias de portada. Puede que no estar en el ojo del huracán de la historia del mundo les diera la oportunidad y amplitud de miras como para aprobar una ley semejante ya en el siglo XIX (por favor, que nos muevan un ratillo hacia las Antillas).

Según el informe de la ONU Women in progress, la mayoría de los países autorizaron a las mujeres a votar en los años 50 y 60. Yo le agradezco el esfuerzo a Clara Campoamor, la voz que se levantó en un parlamento mayoritariamente masculino para lograr el voto en España en 1931. Claro que luego se olvidó el logro durante 40 años; para las mujeres y para todos los demás. Así que no nos podemos poner demasiado estupendos. Eso es lo que dice la memoria.

Pero no hay que mirar atrás para ver que no es un asunto sencillo. Yo puedo y otros no. Hoy hay países donde votar es un lujo sólo para hombres o un lujo desconocido para el pueblo. Miro a Arabia Saudí donde las mujeres, pese al reciente permiso de su rey, aún no han podido ejercer ese derecho en las elecciones municipales. El permiso es para dentro de 4 años. Puede que su presencia en el órgano consultivo del monarca Abdalá bin Abdelaziz (sí, también les ha dado permiso para estar allí) y el potencial futuro voto (si no cambian de opinión cuando llegue el momento)  les ayude a vocear y reclamar esas otras cosas que no pueden hacer porque son mujeres; al parecer esa enfermedad que no las deja conducir, ni viajar fuera del país sin la compañía de un hombre... Seguro, porque esas voces, en cuanto encuentran hueco (y sin él), siempre acaban haciéndose oir.

Miro a China, Myanmar, Uzbekistán, Turkmenistán, Chad y Corea del Norte, países donde la democracia brilla por su ausencia. Así que voto. Porque puedo y es para mí el recordatorio de todo lo demás. Ya sé, ya sé que con el voto no es suficiente. No es suficiente, pero es un principio que sucede cada vez que se celebran elecciones. Y yo no quiero no votar. Quiero votar más y en más sitios. Quiero poder votar sobre más asuntos que me conciernen. Empezando por Europa donde, honestamente, haría falta un pelín más de democracia si no paladas. Que nos permitan votar más y mejor.

Así que sí, voy a votar. Y espero que vosotras podáis seguir votando cuando os llegue el momento. Será un buen síntoma. 

La forma de mirar o el periodismo 'slow'

Estaba pensando en que este asunto de la igualdad, como tantos otros, tiene mucho que ver con la forma de mirar. A veces las cosas no son como son sino como las vemos o como las queremos ver. Y así nos pasa en algunas ocasiones a los periodistas. Que miramos con prisa. Y así, sin darnos cuenta, le ponemos una zancadilla a la igualdad.

Lo dice el informe del Consejo Audiovisual de Andalucía sobre la presencia de las mujeres en los informativos. Se recurre menos a ellas (ocupan un 25% del tiempo, frente al 75% de los testimonios de los hombres) y para continuar los tópicos: si necesitamos declaraciones de educación o sanidad, buscamos mujeres. Si los temas son de ciencia, economía, deporte o universidad, buscamos un hombre. Y creo de verdad que lo hacemos de forma inconsciente, natural. Será que vamos con prisa.

Hablar de parar en el periodismo suena a contradicción. Pero es tiempo de crisis y por eso es la hora de repensar y de imaginar contradicciones interesantes. Yo creo que deberíamos empezar a aplicar el periodismo 'slow', periodismo lento (al modo de los movimientos de comida ‘slow’) para evitar que la inercia ponga en las noticias trampas a la igualdad en particular, y a la realidad en general.

Y aunque creo que esto del periodismo lento ya está más que inventado (Vicente Romero lo hace casi todas las semanas en Informe Semanal)  parto una lanza por él hoy. No sólo para los grandes reportajes sino para las noticias pequeñas y para las del día a día. Para aquellos días en los que la hora del cierre nos acosa. Es sólo un freno: 10 minutos posibles. Los que dedica un profesional a buscar un total, a pensar en una declaración, una entrevista breve. Son 10 minutos. Un instante pequeño para repensar la  realidad. Para pensar que las mujeres también estamos allí, donde antes no nos dejaban estar. Es una realidad que existe y hacerla visible es importante para no ir hacia atrás.

Hay más gente pensando en ello. Como la Asociación de la Prensa de Sevilla, que está elaborando una guía de expertas para periodistas. Y, en pequeño, esos 10 minutos creo yo que ayudarían.

Para empezar a cambiar nuestra forma de mirar. Para que la realidad, mis niñas, cambie poco a poco para vosotras.

La escuela que yo quiero (y más en tiempos de crisis)


La escuela que yo quiero para vosotras no es la que garantiza educación para todos sino la que asegura BUENA educación para todos. Porque no es de mínimos, sino con tendencia a los máximos. Una escuela tan buena que irán hijos de príncipes y taxistas, como en Dinamarca. Una escuela en la que los grandes o los habilidosos ayudan a los pequeños o menos capaces. Porque no es tan importante llegar lejos si llegamos solos y nos dejamos a muchos atrás.

Me gustaría una escuela en la que cupieran todos, en la que la diferencia sea un regalo pese a la dificultad. En la que aprendáis cómo es la vida, que hay niños y niñas, que hay grandes y pequeños, que hay más países de donde vienen más niños, que no todos tenemos las mismas costumbres y no todo lo ajeno es rechazable. Los resultados son importantes (y lo dice una empollona) pero no tanto como para olvidar lo más importante: las personas. Yo quiero una escuela en la que no se os dé por perdidas nunca: cada niño despierta en momentos distintos, y hay que estar ahí para verlo.  

Por eso necesito una escuela con profesores emocionados, respetados y que enseñen de lo que saben. Que os valoren no sólo por vuestras calificaciones. Un lugar donde aprendáis a pensar, a imaginar y, sobre todo, a preguntar. Y lo hagáis con la mente y con las manos. 

 Y la voy a querer pública. Para todos. Aunque yo haya estudiado en un colegio concertado. 

Sé que esto es una carta a los reyes magos. Que la escuela no lo puede todo, que me llevaré decepciones y que a vuestro padre y a mí nos va a tocar mucho también: prometo poner de mi parte. 

En fin, que está el país en pleno debate educativo. Es tiempo de recortes para la escuela. Y a nosotros, el año que viene, nos toca elegir colegio para vosotras.  

Frases perversas

Frase escuchada hoy en el trabajo. "... ya tenemos el número de guarderías que hay en la Universidad para las madres...".  En la Red: "El horario de adaptación de las escuelas trae locas a las madres trabajadoras...". Son frases. No tienen mayor importancia. Pero, a veces, lo más perverso está en la frase más inocente. Parece que siguen describiendo una realidad a la que le cuesta crecer. Esa realidad en la que la conciliación es sólo cosa de las mujeres, en la que el horario de la escuela es asunto de madres.

Yo me resisto a creer que siempre es así, a admitir que la vida sigue siendo de esta manera: me resisto a no incluir a los padres en esas frases; me defiendo tontamente de ellas. Porque por algún sitio hay que empezar.  Porque a vosotras os lleva a la guardería papá. Porque no es el único padre que lo hace y le importa. Porque ellos también tienen que incluirse y pensar en lo bueno que sería tener guarderías en la universidad para poder llevar a sus hijos cerca, porque los hay que comparten el horario de adaptación con sus hijos. Por ellos, por mí y por vosotras. Me resisto y me seguiré defendiendo de todas esas frases perversas.

Leire

Niñas, tal y como se están desarrollando los acontecimientos, olvidaros de ser ministras de sanidad. La cosa se está poniendo difícil. Por lo visto el puesto exige cuerpo escultural y una declaración jurada de que uno practica la dieta mediterránea a diario y se ha quitado de los donuts.  Hay que incluirlo en un anexo del currículum. Lo cuentan en El Mundo, consultando a dietistas y todo. No lo dice así, por supuesto que no, pero recomienda a Leire Pajín, actual ministra del ramo, que se ponga a dieta y pierda de 5 a 10 kilitos. Ahí es nada. Yo he visto la foto de la ministra, y creo que tampoco voy a poder optar al cargo. Pero ya sabéis que me molesta que se os cierren puertas.

Tengo que confesaros que me he quedado un poco sorprendida porque, por más que repaso la lista de ministros sanitarios de la democracia, (Ernest Lluch, Julián García Vargas; Julián García Valverde; José Antonio Griñán; Ángeles Amador; José Manuel Romay Beccaría ; Celia Villalobos; Ana Pastor;  Elena Salgado; Bernart Soria y Trinidad Jiménez) no tenía noticia de que en el Ministerio también  se exigiera el “bonitismo”.

Y creo que todo se debe al mismo ánimo generoso, al mismo deseo de generar interés. En este caso, confluyen dos intereses: el de vender periódicos, que la prensa también está en crisis (pobre Mundo); y un altruista deseo de Pedro J Ramírez por fomentar el interés por la política, que no vive sus mejores días (y seguro que un secreto interés por la salud de la ministra). Aunque yo me decantaría, más que por la dieta, que lo mismo es muy exigente, por otras grandes propuestas.

He pensado en crear una comisión por el fomento de la política que proponga que las parlamentarias midan no menos de 1.70 y vistan obligatoriamente con escote y falda estrecha, que nada de permitir en los actos militares ministras con pantalones (intolerable) y que la mantilla sea indispensable para los actos políticos de envergadura. También creo que el parlamentarismo masculino tendrá que hacer su aportación y que los señores políticos tendrán que vestir pantalón corto apretadito en verano y en invierno, camiseta prieta (pese a los deseos de Bono), y hacer abdominales para lucir tableta, que si no va a haber un sector de la población que no va a ver los debates parlamentarios ni bajo los efectos del alcohol. Claro que habrá que estudiar los casos porque puede que algunos no contribuyan a la atracción por la política sino a la mofa generalizada. Todo sea por la causa.

Aunque tengo que reconocer que la idea no es mía. Me han inspirado los grandes gurús del marketing deportivo. Ideas similares las han propuesto ya para el baloncesto (aunque las jugadoras se han negado a ir con una talla menos para aumentar el interés por su deporte, incomprensible); yo hubiera propuesto que fueran todas rubias, que para las retransmisiones es mucho más vistoso. Lo han pensado también para las jugadoras del bádminton (que tampoco han querido, no me lo explico); y el tenis femenino es más seguido que nunca gracias a las faldas más cortas y a los modelos  enseñando muslo en la cancha.

En fin, que el debate y las ideas están ahí porque está visto que las mujeres por nuestras ideas y méritos no despertamos interés. Que, o nos ponen una buena dosis de buen tipo, carne bien distribuida y modelo que lo acompañe, o no es lo mismo. No damos igual en la imagen, ni en los consejos de dirección ni nada. Y las ministras menos, claro. Ah, pero cuidado. Que si nos pasamos de escote y carne, lo mismo tenemos que aguantar que nos llamen putones, como el señor ex portavoz del Gobierno de Aznar.

PD1: Me pregunto qué pensaba la periodista (sí, mujer) cuando escribía el artículo sobre Leire Pajín. Supongo que le resultaría graciosísimo. Valgan los criterios de oportunidad, interés, rigor, ética e importancia. Que cada uno juzgue, pero dedicar una página a este asunto con lo que cuesta el papel es una lástima.

Números y palabras

Números. Las tragedias están llenas de números.3, 21, 77, 24 , 85, 13.704.  3 han sido los últimos muertos a causa de la violencia machista. 3 hombres, además. 21 años tiene el más joven de los hombres que ha matado a su pareja en lo que llevamos de 2011 en Andalucía. 77 años, el mayor.  13.704, el número de denuncias por maltrato de 2010. 85, el total de mujeres que murieron en 2010. 24, las víctimas muertas en 2011 (ahora, más 3 hombres, parece), como se dice estos días en la red, a manos de alguien que les decía que les quería. Y parece que en estos números sólo hay sumas, las que aumentan un contador que no se detiene.

Menos mal que algunos números no cargan con todo el peso de la tragedia sino que la alivian un poco: 016, el teléfono único de denuncias por maltrato; 28 de diciembre, la fecha de la ley orgánica de 2004 que convirtió este abuso en “delito” .

Palabras. Las tragedias están llenas de palabras. Y de frases. Las que se  dicen y las que se piensan. Mía, mío, tonto, inútil, no vales para nada, no vales nada, cabeza de familia, aquí mando yo, eso no es de hombres, eso no es para una mujer, vergüenza, no te doy permiso, control, dolor, humillación, dolor, lágrima, pena, contradicción, te prohíbo,envidia, posesión, la culpa es  tuya, golpe, delito, más dolor.

Y pasa que todos esos números y palabras se cargan al principio de todo: cuando eres  niño. O niña. Se alimentan por el camino (me inquietan y preocupan estudios que ponen a los jóvenes como protagonistas en casos de la violencia, o como encubridores de comportamientos humillantes, como justificadores de lo
injustificable o simplemente como ejemplos de una cultura en la que hasta el cortejo es agresivo). Y no acaban bien.

Estaría bien que los números cambiaran. Que 21 sea la edad a la que visitéis  Londres, que 85 sean los años que duren vuestros amores, que 77 sea el número de amigos de vuestra pandilla; el 13.704, el de la lotería ganadora y el 016 no haga falta y se convierta en el teléfono del pizzero.

Sólo espero que seamos capaces de cambiar vuestra escena, la que se está construyendo ahora; la que estamos construyendo ahora entre todos. Que para entonces hayan cambiando los números. Y las palabras.

Y que no tengamos esa dolorosa sensación de estar contando/ hablando siempre de lo mismo.
Y sí, hoy también estoy hablando de igualdad. Y de democracia.

Mi democracia real

Mi democracia real es una batalla que empieza cada mañana. Hay veces que no soy consciente pero en el fondo lo sé. Porque comparto lo que comenta Javier Gómez en su artículo de Málaga Hoy de que “la primera rebelión empieza en uno mismo”. Y estos días de acampadas, protestas, descontento, desencanto, y, sobre todo, esperanza me pregunto yo cuánta democracia real practico. A veces es escurridiza. Al menos para mí.

Porque me parece que las fronteras de la democracia son líneas fáciles de cruzar. Cada vez que no votamos, no por convicción, sino porque es mejor un día de playa, se deteriora un poquito la democracia.
Cada vez que fomentamos y permitimos en nuestra empresa prácticas no remuneradas
Cada vez que las aceptamos
Cada vez que contratamos a una persona para que nos ayude con la casa pero sin contrato ni cobertura
Cada vez que empadronamos a nuestros hijos en casa de nuestra tiaabuelamaternasegunda o falseamos los puntos con estudiada picaresca porque los coles que tenemos cerca no nos gustan
Cada vez que recibimos con alegría grandes regalos de las empresas que trabajan para nosotros
Cada vez que aceptamos dinero negro, porque nadie se va a enterar
Cada vez que nos saltamos la vía oficial para que todos nuestros papeles vayan más rápido que los de los demás
Cada vez que un funcionario se aprovecha de su puesto fijo para no sacar todo el rendimiento a su trabajo y dedicarse a los sudokus
Cada vez que malgastamos el dinero público porque “también es nuestro”
Cada vez que no queremos escuchar opiniones diferentes a las nuestras
...
cuando estas cosillas diarias ocurren también se deteriora un poquito la democracia. Porque ninguna democracia es perfecta. La mía tampoco. Sólo creo, espero y confío en que en la democracia en la que vivo seamos capaces de generar mecanismos que vigilen las grietas para que no se derrumbe el edificio.

Espero ser capaz de enseñaros a vosotras (mis hijas) que la libertad de expresión, la honestidad y la participación son los pilares del asunto. Confío en aprender a dejaros hablar y opinar y discrepar y elegir (que me va a costar, lo sé), porque de eso se trata. Me preocupa no saber cómo enseñaros "democracia" . Me preocupa, porque la verdad es que yo hoy también suspendo el examen.

Hasta mañana, que nos espera batallar de nuevo. Como cada día.

No nos han engañado


Va a ser verdad que se rearman. Que no hay mejor defensa que un buen ataque. Avanzamos. Los hombres y las mujeres por la igualdad avanzamos. Por eso los Sostres de la vida responden con preocupación. Por eso los Sostres de la vida se permiten el lujo de justificar no sólo la bofetada sino el asesinato. Hay que entenderle, pobre. Es que le iban a dejar por otro. Y aquí no hablamos sólo de violencia de género, de muertos (17 en lo que va de 2011), que también. Hablamos de un contexto que nos recuerda que todavía no, no somos iguales. Aunque lo somos. 

Los Sostres de la vida son los que quieren hacernos creer que a las mujeres nos han engañado. Que donde mejor viviríamos es encerradas en casa y, a lo sumo, estudiando algunas cosillas que nos sirvan de adorno intelectual para dar conversación a nuestras parejas. Ellos son los engañados, porque creen que, si decidimos salir de casa, tenemos que hacerlo todo, porque creen que lo queremos todo y no nos lo merecemos sólo por ser mujeres, que tenemos un reino en la cocina y en la familia y ese es un reino excluyente, porque la naturaleza nos ha dado dones que parece que sólo son buenos en casa. 

Los Sortres de la vida son los que construyen una sociedad en la que la violencia de género, en vez de extinguirse, se duplica en la escuela. En la que los jóvenes justifican la agresión en determinados casos, porque eso es lo romántico, lo bonito, y porque un hombre siempre es un hombre (como decían en Amanece que no es poco) y se han ocupado de rellenar ese hueco del honor masculino con sandeces tipo orgullo herido, macho protector, princesa desvalida, “solteronas” y “hombres que nunca pueden perder”. Son esos a los que la coeducación les parece un adoctrinamiento pero no ven doctrina alguna en dividir los roles en nombre de la “tradición", no vaya a ser que su mundo de privilegios se mueva un milímetro.

A mí lo que más me duele es que, entre los Sortres de la vida hay hombres y mujeres . Por suerte, al otro lado del río también hay hombres y mujeres trabajando. No una panda de histéricas, deprimida, o resentidas, no os dejéis confundir. Estamos avanzando pero también estamos aprendiendo que la cosa es tarea de todos. Y que hay cambios donde también tenemos que ceder. Y ellos reivindicar. 

No. Yo no me siento engañada. No prefiero pedir permiso para ir al banco, no prefiero no tener independencia económica, no prefiero no votar y que otros decidan por mí. No prefiero no poder entrar a los bares si me da la gana, no prefiero sólo tener un camino único que seguir. No, no me ha engañado nadie. En días de agotamiento, puede que la que me engañe un poco sea yo. Y si acaso, el engaño radica en olvidar que no estamos solas aunque a veces lo parezca. Gracias a los Sostres de la vida podemos ver que no.

Un deseo para vosotras, mis niñas: que no os asusten los Sostres de la vida. Ni un paso atrás.

8 de marzo: Elogio al amo de casa


Queridas niñas. Ya es ocho de marzo: día internacional de la mujer.  Vuestro día. Y a mí, sin ánimo de llevar la contraria, me sale hacer una reivindicación del amo de casa. Sé que existen. Conozco a más de uno, a más de dos e incluso a más de tres. Y no parece que reivindiquen su derecho a quedarse en casa y trabajar en sus labores a bombo y platillo. Me pregunto dónde se meten que no se manifiestan por las calles con carteles que digan “yo también friego, lavo, plancho, pongo la lavadora y todavía sigo siendo un hombre”.  Me pregunto cómo no reivindican su igualdad en las tareas domésticas. El derecho a ordenar los armarios, a hacer la comida todos los días, a “llevar la familia”.

Me lo pregunto porque me parece que no lo hacen por gusto. Ni nosotras. Si no por una cuestión de  deber. Y nosotras.  Me pregunto por qué este empeño de las mujeres por tener trabajo fuera de casa. Porque las mujeres sí han salido a la calle a pedirlo, a reivindicarlo. Y qué obsesión.  Será esa frivolidad que supone la independencia, las opciones. 

“Todas las mujeres trabajan”, leía ayer. “Dentro y fuera de casa”. Así que hoy elogio a los amos de casa. Porque me gustaría escuchar que todos los hombres trabajan, dentro y fuera de casa. Porque creo que sería un pasito a tener en cuenta en este asunto de las igualdades. 

¿Será porque da más lata trabajar dentro que fuera? ¿Será que da menos satisfacciones, que es menos agradecido? ¿Será que no paga la comida ni el piso? Sería todo un debate este. Uno de vuestros tíos dice que estaría encantado de quedarse en casa pero yo creo que lo dice con la boca pequeña. Lo que queremos todos es ser millonarios de familia y que nos lo hagan todo. Y, a ser posible, vivir de las rentas. Solución: jugar al cuponazo.

De momento, los excluidos de la clase pudiente, a seguir con nuestras labores.

No hacemos bonito


Ya me parecía a mí que mi despreocupación por el aspecto no me iba a traer nada bueno. No hago suficiente bonito en la butaca. Seguro que a  Josef Akermann, el presidente del Deutsche bank, no le valgo. A él, como ha manifestado, le encantaría que hubiera más mujeres en el banco y en puestos de dirección porque "lo haría más bonito" y darían "más colorido" a la sala. También podría poner un cuadro expresionista y se ahorraría un sueldo; o una lámina y así el ahorro sería total.

Lo mejor es que dice que son “frases sacadas de contexto” y que es un bromista, porque él es "un gentleman a la antigua usanza" (qué atributos dará al apelativo...). Como Berlusconi, no me diga más. Me resulta familiar la filosofía del florero al formar gobierno. Y ademá Berlusconi también es todo un humorista declarado ("mejor que me gusten las mujeres guapas que los gays"). Un no parar de reír. Me matan con su gracejo.

Y mirado con detenimiento, no está mal pensado. Vamos, que yo pondría en más de un consejo de administración al muchacho aquel del anuncio de coca cola light, porque para bonitos, él.  Y no pasa nada, señor Akermann, porque en concreto en Andalucía, las menos bonitas nos quedamos en casa mejor. O eso quieren el 13% de los encuestados y encuestadas en el último trabajo del IESA sobre conciliación familiar. Y otro 9% que, si no hay más remedio, nos reduzcamos la jornada. No son muchos, pero suficientes. Y lo más maligno: que en dicha encuesta no han contemplado siquiera la posibilidad de que ella sea la que trabaje fuera de casa y él el que tenga la jornada reducida o se quede en el hogar (niñas, no contestéis encuestas donde no estén todas las respuestas posibles; es perverso).

Y las que no, siempre pueden optar a ser hermano/a mayor de una cofradía en Sevilla, que ya se puede por decreto arzobispal. Aunque no deje de ser curioso que en la Iglesia hablen de igualdad pero no predique con el ejemplo, porque sacerdote, oíd niñas, no podéis ser. No es que tenga yo mayor interés, pero ya sabéis esa manía de “poder hacer” que me entra de vez en cuando. Que no sea porque no puedo si no porque no quiero. Y además, hacemos más bonito con mantilla que de romano de la Macarena (o eso dicen algunos en los perfiles cofrades de FB). Dónde va a parar.

Mira que estoy pensando en más de un cargo y más de dos que deberían revisar el vestuario si el criterio que va a primar es el “bonitismo”, Claro que, en el caso de los hombres no es así. Ellos brillan por su inteligencia y saber hacer. Qué cosa más tonta.

Siempre me ha gustado pensar que la mayoría de los hombres prefieren, puestos a elegir, estar con una mujer de más contenido que continente. Pero lo mismo es un pensamiento demasiado femenino. Y lo que de verdad quieren es algo bonito que dé color a su salón. Para eso, vale un jarrón.

Lo que vosotras queráis.

I`m free to be/say whatever I
Whatever  I like 
If It wrong or right its all right...

Una canción para vosotras, para todos y también para mí. Para recordármelo; que a veces lo olvido. Que no es tan fácil pero hay que intentarlo.

Soy libre para ser lo que yo quiera. Hoy, vuestra mamá. Con todas las consecuencias.