Queda mucho que lavar

Me corre la sangre deprisa. Niñas, iros acostumbrando. Con algunos temas, me corre más de la cuenta. Voy a colocar aquí comentarios reales hechos en la red a raíz de la denegación de los seis meses de baja maternal por el Parlamento Europeo. Para mí, no tienen desperdicio. 

"Al pan pan (comenta un caballero)... las mujeres de hoy quereis la maternidad ( algunas sin varón incluso) pero no queréis el compromiso de educar, ... preferís trabajar y ser iguales a los hombres y dejais a los hijos en manos de niñeras como la guardería, la tele, la empleada de hogar, la play, la vecina o la abuelita ... sería mas responsable dejar el trabajo 6 años y educarlos en ese periodo tan fundamental y disfrutarlos ... o no tenerlos. ... y al vino vino".

"Sin varón incluso". Como si fuera algo malo tener hijos o incluso adoptarlos sin un hombre a tu lado. "No queréis el compromiso de educar". Claro, que el padre no educa a los pequeños, que las que tienen la responsabilidad y el peso de los hijos somos las mujeres. "Preferís trabajar" . Desde luego, qué capricho. "Ser iguales a los hombres". Si para ser iguales hay que pensar así, mejor ni nos acerquemos. "Dejáis a los hijos en manos de ...". Es verdad, somos las madres las que llevamos a los niños a la guardería, las que contratamos a la niñera, o las que embarcamos a la abuelita para satisfacer nuestros caprichos de salir de casa. "Sería más responsable dejar el trabajo 6 años". ¿Estaría un hombre dispuesto a dejar su trabajo durante seis años para cuidar a sus hijos? "Difrutarlos" Aquí no sé como el género masculino con ganas de disfrutar de sus niños no se echa al cuello de este tipo de opinadores. " O mejor no tenerlos". ¿Se plantea esa posibilidad un hombre?  

Ante las contestaciones de algunas mujeres cuando menos contrariadas... "bueno hay excepciones, claro, pero la regla general es así ... y en cuanto a los padres, estoy hablando de los primeros 6 años, en los que es fundamental la madre ; el padre debe ayudar y apoyar, por supuesto, pero el papel principal es la madre ; sin mamá no es lo mismo ; hay otras etapas que el papá debe tener más presencia, pero en los primeros 6 años la mamá influye más y mejor... así lo creo". 

"La regla general es así". Atención, todas las madres trabajadoras somos unas egoístas (salvo excepciones)."Estoy hablando de los primero 6 años donde la madre es fundamental". Que uno dijera esto en otra época en la que el reparto de tareas era otro... pero hoy, no deja de sorprenderme.Sinceramente, puede que los primeros meses , hasta el primer año, la mamá sea la mamá. Ese vínculo extraño y animal que vuestro padre llama "el efecto mamá". Pero ya tenéis un año y, con sinceridad, creo que necesitáis tanto a vuestra madre como a vuestro padre. Y demandáis a los dos. Y que la dependencia es hacia el que pasa más tiempo en casa con vosotras, que no siempre es o tiene que ser la madre. "Hay otras etapas en las que el papá debe tener más presencia". Cuándo. ¿Cuando empiece la educación seria? ¿Cuándo ya tenga edad para ir al fútbol?

Y aquí llega el remate.

"No he dicho dejar la educación solo a las madres, los padres deben estar apoyando y ayudando ; a mi me parece que es frivolo querer trabajar y dejar los hijos en manos de niñeras". 

"No he dicho dejar la educación solo a las madres". No vayamos a educarlos del todo. "Los padres deben estar apoyando y ayudando". ¿Esto es reivindicar un papel secundario o escaquearse de la responsabilidad? Claro, que lo mismo la responsabilidad del padre es "llevar el pan a casa", irse a cazar y defender el poblado. ¿Dónde están los padres que se implican (como vuestro padre), que quieren participar y no sólo ayudar? ¿Los que quieren ser protagonistas de la infancia de sus hijos?¿Los que quieren darles de comer, bañarlos, vestirlos? Y no sólo quieren sino que creen que deben. ¿Son menos padres? ¿Y si se piden una reducción de jornada? ¿Son menos madres las que trabajan?

Lo importante no es el autor. Si no que haya todavía personas que piensen de esta manera. Lo grave para mí no son las opiniones, que me parecen graves. Lo grave es que creo que cada uno debe vivir y organizar la vida con sus hijos como crea conveniente. Yo estoy aprendiendo con vuestro padre. Pero sé con seguridad que no quiero que sea siguiendo las premisas de comentarios como estos. Creo con sinceridad que mi trabajo y mi independencia puede serviros, puede aportar otras cosas. Y sé que también quiero pasar tiempo con vosotras. Y además, creo que,  a veces, es posible. Y a veces no, y hay familias en las que tienen que trabajar los dos por obligación (la mayoría) para poder mantener su vida y ofrecer lo mejor a sus hijos. Esas familias donde no creo que estén deseando desembarazarse de sus hijos, o dejarlos a cargo de otros por gusto.  No digo que las madres que se quedan en casa hagan peor. Ni mucho menos. Mis hermanas se han quedado en casa con sus hijos por opción y no creo que están de acuerdo con los comentarios que he compartido aquí. Pero cada uno elige. Y desde luego yo no voy a obligar a nadie a que haga las cosas como yo. Espero, y confío en que nadie haga lo contrario conmigo. Y pienso que, habiendo todavía afirmaciones como estas, queda mucho más por lavar de lo que parece.

A las primeras ...

Hoy se cumplen 75 años de la primera vez que se aprobó definitivamente el voto femenino en España. Vosotras lo habéis celebrado con muchas risas y con un sueño demoledor. Yo lo voy a celebrar alegrándome, claro. Y también de otra manera: haciendo un pequeño homenaje a las primeras, porque siempre hay una primera que rompe, que piensa, que cuestiona lo que se ha hecho siempre, que se atreve a pensar con más imaginación su vida. Y a mí me encantaría que las recordarais, con o sin nombre.
Porque las hay con nombre y apellidos como Dilma Rouseff, la primera mujer elegida presidenta en Brasil. Quien sabe si os acordaréis de ella cuando seáis más grandes. Ahora, cuando vosotras acabáis de cumplir un año, sólo hay diez mujeres presidiendo un país. Y sigue siendo noticia.
Pero hay miles de mujeres anónimas que dieron un paso en su círculo, en su trabajo, en su familia, en su historia. Son esas sin nombre.
La primera que creyó que tenía derecho a votar porque merecía los mismos derechos que cualquier otra persona.
La primera que creyó que era algo más que un elemento decorativo
La primera que se puso unos pantalones
La primera que viajó sola
La primera que se plantó y dijo “hoy no pienso cocinar”
La primera que se atrevió a decir, no quiero tener más hijos o la primera que no se casó cuando la vida de una mujer no se concebía sin un hombre que la protegiese.
La primera que quiso mantener la dignidad por encima de las vejaciones
La primera que creyó que debía recibir algo más que condescendencia
La primera que quiso estudiar y lo consiguió
En todas las familias hay una primera. Sería interesante recopilar esas historias familiares y regalárselas a la memoria. A vuestra memoria.
Yo, de momento, os regalo este pequeño homenaje a las primeras. Ya las segundas, terceras (como Ana María Matute con su premio Cervantes), cuartas o quintas (como Soledad Puértolas, la quinta académica de la lengua) … porque cuántas hacen falta para superar la barrera de lo extraordinario.
Y también, sin duda, a los primeros que apoyaron sus decisiones o al menos dudaron de la tradición como regla indiscutible.
Sólo espero que no dejéis que su esfuerzo no haya valido. Que las tengáis en la memoria.
De momento, sois las primeras en casa. De eso no tengo duda.

¿No nos sabemos poner de acuerdo?

Niñas, vosotras os llamáis Rodríguez Hevia. Pero podíais haberos llamado Hevia Rodríguez. No me iba nada en ello (aunque tengo la secreta convicción de que el Rodríguez funcione como en el caso de Zapatero). La cuestión es que ya se puede.Por eso no entiendo el debate. El de los apellidos, digo. Desde 1999, en España, si la pareja lo decide, los niños pueden llevar el apellido de la madre. Así que, en esta ocasión, lo que cambia es solamente que, en caso de desacuerdo, se elige el primero por orden alfabético y no el del padre por defecto. Tampoco es para tanto.

No entiendo el debate porque no entiendo los argumentos.Los que están en contra, claro. Dicen que porque es una tradición, (me remito a una de las respuestas de la encuesta on line de 20 minutos sobre el tema que casi 3.000 personas suscriben). Ante eso se me ocurren dos cosas: una, que no siempre las tradiciones han de ser eternas o son buenas en sí mismas porque lleven mucho tiempo haciéndose (es una obviedad pero es un ejercicio que me gusta hacer de vez en cuando para no olvidarlo). Y otra, porque esta misma mañana, entrevistando al Catedrático de Historia Moderna de la UCO, Enrique Soria, comentaba al caso que en España, en realidad, hasta el siglo XVIII la cuestión era bastante aleatoria (así que dependerá de hasta dónde se remonte uno para aferrarse a la tradición).Sin ir más lejor, hay que recordar que invocando la sacrosanta tradición no hace tanto era casi obligatorio poner el nombre del santo, el nombre del abuelo, del padre, o de la madre a toda la descendencia. “Hombre, está claro qué nombre le vas a poner, ¿no?)”.

Ahora, gracias a dios, hay que ponerse de acuerdo para ponerle el nombre a los hijos. Como hemos tenido que ponernos nosotros. Y os hemos puesto nombres que no son típicos de la familia y, sobre todo, que nos gustaran a los dos.


Ante el argumento histórico, un muchacho en Twitter consideraba que aquella situación de antaño era un lío de mil demonios. Probablemente no le falta razón. Entonces. Pero, ¿dónde está el problema ahora que tenemos todo tan informatizado, burocratizado, registrado y fichado? ¿Por qué va a ser más difícil identificar cadáveres? (ese es otro argumento escuchado estos días). ¿Pero las identificaciones no se hacen ya con ADN? ¿Pero no estamos todos (o casi todos) registradísimos con nuestros datos en el aparato del Estado?

Así que volvemos al asunto del desacuerdo. Un catedrático de matemáticas de la Universidad de Cantabria asegura en una noticia que de aplicarse el orden alfabético desaparecerían todos los apellidos a lo largo del tiempo menos Abad. No seré yo la que cuestione el argumento del matemático. Sólo digo que le falta una variable: presupone que las parejas españolas no van a ponerse de acuerdo en la vida en el asunto de los apellidos. Hay poca fe en el diálogo de la pareja para estos críticos. En términos generales, parece cierto que  habrá apellidos que desaparezcan. Pero ¿eso no pasa ya con los apellidos de las mujeres?

El mejor argumento en contra de la medida es, sin duda, el de que va a provocar muchas más discusiones entre las parejas. No hay problemas: que sea uno el que decida los nombres de los hijos, el colegio, o el horario de llegar a casa. Que todas las decisiones, y no sólo el apellido, sean tomadas por uno de los dos sin consultar.  Seguro que no habrá peleas ni conflictos, sólo unos pocos divorcios más por no tener en cuenta la opinión de la pareja. Perfecto. Una idea buenísima.

Luego he escuchado argumentos más suaves. Me decían en el trabajo que no es un tema prioritario para el país. Fundamental en nuestras vidas, no es. Problemático, ¿por qué ha de serlo? De verdad, ¿Por qué hay discusión?¿por qué toda España habla del tema cuando efectivamente no pasa nada con el cambio? Lo que creo es que muchos españoles desconocían la posibilidad existente. Quizá algunos han preferido no enterarse. Lo que creo es que parece que es uno de esos detallitos que dan alegrías a muchos, entre los que me incluyo. Y a otros muchos, por motivos que me superan, les parecen estupideces, algo que se puede posponer, y que no hay prisa por arreglarlo; como tantas otras reivindicaciones pequeñas y grandes que llevan haciendo las mujeres desde tiempos inmemoriales. Todas se pueden dejar para otro momento, más adelante, dicen. Y no llegan. Sin ánimo de comparar el voto con los apellidos, sólo me gustaría recordar la defensa de Clara Campoamor por el voto femenino ante una cámara que argumentaba (incluidos miembros de los partidos de izquierdas) que "no era el momento".

Me parece que en estos temas entran a discutir siempre los mismos (incluida yo que me encantan estas reivindicaciones), porque les suena a un girito, una vuelta de tuerca más para las mentalidades patriarcales y hombrunas que siguen pensando, pese a todo, que el varón es el varón.

Lo que no sé es si aumentará la presión familiar. Porque mira que es grande con los nombres de los niños. Imáginate si ya estamos tocando el asunto del apellidos. Ahora se verá si el marido que considere que es mejor el apellido de la madre porque es más original o porque les gusta más a los dos, es tildado de "calzonazos" y si la familia política en cuestión no mira a la nuera con el gesto de "¿no serás capaz?".

En definitiva. Vosotras os podías haber llamado Hevia Rodríguez pero os llamáis Rodríguez Hevia. La verdad es que no me ha importado en absoluto. Que conste que sí deje caer la posibilidad. Para que no se dé por hecho. Aún así, me alegra saber que, de ahora en adelante, si tenéis niños en España, podréis ponerles el apellido que prefiráis.

Lavando vacas

No me resisto. La polémica de la "mamá-vaca" de El Mundo es de lo más apasionante. Y, después de leer el artículo, creo que lo único que vale en estas ocasiones, y que acaso añade algo a lo dicho en la Red, es la experiencia de cada uno.

Vaya por delante que creo de verdad que la lactancia materna es el mejor alimento para un bebé. Vaya por delante que eso de "el biberón para completar" no me lo creo mucho porque yo he generado leche para dos bebés. Por eso, estaba dispuesta a daros el pecho a las dos ¿Por qué no? Es cuestión de organizarse. El primer mes, así estuve. A todo trapo. Una, otra, una, otra... esperando a que los reyes magos me trajeran una butaca increíble de la que no moverme y desarrollando destrezas desconocidas antes: coger la novela con una mano y dar el pecho con la otra, hacer de todo mientras os daba de comer a una de vosotras (cocinar, abrir la puerta, ...) ... e incluso un par de veces intenté coger la postura para daros a las dos a la vez, que no me resultó cómoda ni relajada, para qué os voy a engañar.

Es verdad que durante ese tiempo (y más adelante como ahora os explicaré) comía como una lima sorda, enseñé los pechos a todo el planeta, y me tomé mi responsabilidad muy "a pecho", valga el chiste. Pero nada de eso me resultó un problema.

Sí, un poco, el cansancio. No soy muy buena compañía en estado de agotamiento total. Pero, sobre todo, vuestro llanto. Mientras daba de comer a una, otra lloraba sin resuello durante 40 minutos. Pese a mi ánimo de organización ante todo, no fui capaz de marcar el ritmo temporal para que no os fuera tan dura la espera. Y entonces, elegí. Decidí alternar biberón (en ocasiones de mi leche y en otras, de fórmula) y pecho, y evitar esa sobredosis de estrés que os suponía la espera para comer. Las voces pro lactancia me explicaron que me iba a durar muy poco el invento pero aguantasteis hasta los cinco meses y medio largos. Estoy orgullosa de ello y creo que es una de las razones por las que andáis tan sanotas por ahí.


Será el entorno, pero lo cierto es que no he recibido reproche alguno ni crítica ni he sentido incomodidad por dar el pecho donde me ha parecido oportuno y como me ha parecido. Quizás, algo de presión por parte de la abuela, hija de su generación, a la que en todo momento le parecía que teníais hambre (un clásico). Sin embargo, las críticas y miradas torvas, que tampoco han sido muchas, para qué os voy a engañar, han venido al sacar el biberón para prepararlo en algún lugar público. Es más, me han llegado a preguntar "¿será de tu leche, no?". Y qué si no lo era.


Y yo me pregunto si este no es un asunto muy personal. Si no es una cuestión de información fiable que, gracias a la Red, es amplia si se busca. De pros y de contras. Porque pese a que los contras del artículo no están muy afinados (y los podéis ver analizados uno a uno en el blog mamá vaca), creo que la responsabilidad de la alimentación (que no de la crianza) es bonita pero grande, pesada y agotadora, o al menos a mí me lo parece. Y que no todas las madres tienen por qué sentir esa "llamada del deber" de la misma manera. Y que no por eso son peores madres, creo yo, que es a veces como se siente una cuando toma la decisión de meter biberón pese a creer en la lactancia, como una sobredosis de culpabilidad. Puede que una entregada madre a la hora de dar el pecho, luego no dé lo que otro consideraría una educación perfecta, o lo mime demasiado o no juegue con él lo suficiente, quién sabe. Que aunque creo que el mejor alimento es la leche materna no me parece que las leches de fórmula sean veneno en bote. Que yo no hablo de talibanes, ni de fanáticos, ni de un bando y otro bando, sino de una sencilla y a la vez difícil elección. Con todas las razones de cada uno.


Y vaya por delante, en la medida de lo posible, esa cosa tan difícil que es el respeto. Vosotras ya no tomáis pecho por boicot a mamá. Aunque creo que mamá, por ser como es, no hubiera aguantado más de un año en la faena.

Lavar despacio

Estáis acostadas.Os habéis dormido enseguida: una charlando en su idioma particular y la otra esperando los últimos mimos del día. También notáis el cansancio de la semana. Cuando dormís, parece que vuestra respiración es la que marca el ritmo de la casa en estos momentos: calma total. Y a mí me gustaría llegar los viernes y dedicar ese rato tranquilo a escribiros, a pensar sobre algunas de las cosas que me interesan, sobre lo que es justo, sobre cuánto nos parecemos todos y cuánto nos diferencia, sobre la igualdad que también pertenece a los hombres, sobre por qué la historia de las mujeres parece una historia aparte, sobre por qué la coletilla "de mujeres" es todavía necesaria para contar cosas que se han olvidado o escondido; un rato para darle vueltas a los detalles pequeños que nos acercan y a los que nos alejan. Pero hoy no tengo fuelle para tanto. Por un lado, porque llego exhausta. Y por otro, porque la actualidad me abruma. Creo que voy a dejar de perseguirla hoy. La lavaré despacio.

La mano que te da de comer... parece siempre la de tu madre

"No muerdas la mano que te da de comer", dice el saber popular. Yo añado que siempre es la de tu madre. Y no porque lo diga yo, ni porque esa regla se cumpla o no en mi casa con vosotras. Lo dicen todas las marcas relacionadas con nutrición infantil que hay en el mercado y a las que la tía Helena nos suscribió cuando nacisteis las dos.

El objetivo era conseguir algunas muestras gratis e información a veces útil, que con dos niñas nunca viene mal algún regalito que otro. Todo ayuda. Esta avalancha de correos publicitarios, reclamos, anuncios, ofertas e información sobre los bebés, su nutrición y "todo lo que tienes que saber sobre su crecimiento" no va dirigida casi nunca a los papás. Así que, regla de tres. Las mamás son las únicas que preparan la comida en casa, las que eligen en el supermercado qué se compra para los bebés, las que escogen los pañales, las que se preocupan del cuidado de los niños. Las marcas lo estudian y saben a qué público dirigirse. Y la realidad es que siempre se dirigen a las madres. ¿Será verdad entonces?

Merece la pena que os cuente que algunas se están modernizando un poco: Nutribén en su página web habla en general a un solo progenitor que lo mismo puede ser el padre que la madre (ya podían haber optado por un democrático plural), y Huggies va más allá y ¡tiene un apartado específico para los padres! (¿Son refrescantes signos de progreso?).

Lo malo es que cuando van creciendo los niños parece que la cosa no cambia mucho. A juzgar por los anuncios, las mamás son las únicas que hacen la merienda, el bocadillo o lo que toque. Se encargan de elegir el paté, el fuet, la nocilla o la leche del desayuno. Parece que hasta son las que compran la Coca-cola escuchando a ese adolescente aparentemente ingenioso que cuenta, como directivo de la empresa, las numerosas novedades del producto. Todas las novedades se las dice a las mamás, claro. Porque ¿quién elige qué hay en la nevera?

Y la ropa, además de escogerla las madres, por supuesto, la lavan: que no es lo mismo Wipp Express, que Ariel, o Mercadona. O sí es lo mismo. Todos parece que los usan las madres. ¿Pensarán los anunciantes y las marcas que los padres tienen una incapacidad genética para acercarse al bombo? ¿Al final tendré que darle la razón al abuelo Jesús con lo de las neuronas de la plancha? En realidad, tengo en la memoria borroso algún anuncio en el que aparecen caballeros poniendo la lavadora (lo buscaré, lo prometo). Y recuerdo cómo fue noticia una campaña de un detergente titulada "Ellos también pueden".

Yo entiendo que los estudios de mercado dirán lo que dicen, y si dicen que tus clientes son las madres, será cierto. Y si son ellas, a ellas habrá que dirigirse. Sólo me pasa que a veces pienso que las empresas podían en ocasiones ir más allá de vender, que eso sería interesante. Que podrían ayudar a cambiar la manera de pensar y la imagen del cuidado de los niños. Sólo me pasa que no veo yo a muchos papás preocupados porque no les incluyan, que se quejen un poco porque no se dirijan a ellos, que digan: "oiga, que yo también hago la merienda, compro y hago la comida a mi hijo, y me preocupa el cuidado de mi bebé". ¿Será por comodidad, es más cómodo ser iguales pero poco? ¿Será porque son asuntos tan nimios que no merece la pena discutir ni quejarse un poquito? ¿Están dejando las fuerzas para otras batallas más importantes en las que quieren ser protagonistas de la educación de sus hijos?

¿Quién concilia?


El verano es el mejor momento para disfrutar del periódico y de los suplementos. Ya lo descubriréis vosotras con tanto periódico en casa. Y de vez en cuando se leen cosillas interesantes. El domingo 22 de agosto El País Semanal publicaba un reportaje sobre Noruega con el título "El mejor lugar para ser madre". Pese a que hubiera puesto en el titular "para ser padres", por aquello de ser justos con sus políticas de igualdad, me quedo con un par de frases del texto.

La primera la pronuncia la política Anniken Huitfelt. Durante el tiempo que fue ministra y con tres hijos en casa, los medios solían preguntarle: - "¿Y usted cómo compagina niños y trabajo?". A lo que ella replicaba: "¿Por qué no le van con la pregunta al ministro de Asuntos Exteriores?".- No lo preguntan allí y por supuesto tampoco aquí. No he visto ni una sola entrevista en los medios españoles en la que se le pregunte a un hombre cómo compagina la vida laboral y familiar. Y siempre suele aparecer cuando hablan con mujeres con cargos políticos o empresariales. "Y usted cómo concilia" debería ser pregunta obligatoria en las entrevistas. Así muchos tendrían que "confesar" que gracias a que sus mujeres ponen toda la carne en el asador. Y así quiero creer que también aparecerían padres de referencia que explicarían buenas fórmulas de compartir el cuidado de los hijos. Pero parece que hasta los periodistas asumimos que las que tenemos que repartirnos, compaginar y cuadrar horarios somos las mujeres.

Y fuera de los personajes públicos... siento deciros que he visto a muy pocas personas preguntando a los padres cómo se organizan con los niños cuando acaban de tenerlos (salvo en el caso de que haya separación de por medio). Y con las madres, esa duda aparece mucho, sobre todo con dos de golpe. Y a mí me gustaría que fuera una pregunta tan normal hacia los unos como hacia las otras. Tan común como "salud para criarlas", esa frase que nos dicen si parar por la calle. Puede que sea un afán tonto este de que en la conversación cotidiana de los caballeros entre una frase como esta. Puede que esté más presente de lo que creo; ojalá. Pero me parece que para que algo entre en la esfera de la normalidad no basta con esperar y, a veces, hay que empujarlo un poco.

La otra frase con la que me quedo del artículo es de Martine Aurdal, periodista a punto de ser madre que muestra su preocupación: "(En Noruega) Existe una igualdad casi total hasta el momento en que hay niños. Es el punto de no retorno en el que las mujeres comienzan a trabajar menos, a cobrar menos y a hacer más en la casa". Y eso es en Noruega donde el estado lleva poniendo de su parte décadas. Esta es para meterle un buen centrifugado mental.

Hablando de fútbol y glorias


"Somos campeones del mundo de fútbol". Vaya noche.Vosotras durmiendo o intentando dormir en la habitación de casa de unos amigos mientras nosotros, huestes enfervorecidas, sufríamos 120 minutos de fútbol contra una Holanda que se había equivocado de deporte y estaba en el mundial de Kung Fu. Lo pasé muy bien, la verdad, y salimos todos tan optimistas. Al día siguiente parecía que cualquier cosa se podría solucionar.

Y me dio por imaginaros campeonas del mundo a vosotras. O no. Porque por mucho que lo imagine, el baño de multitudes que se dio la selección española de fútbol masculino el lunes es una gloria inalcanzable, de momento, para vosotras. No porque no haya selección de fútbol femenina, que la hay. Si no porque (de momento, siempre de momento) esas futbolistas ya pueden ganar el mundial que ni de lejos el público (compuesto por ellos y ellas) va a seguir los partidos con tanto fervor; y ni en el mejor de sus sueños les van a organizar tamaño recibimiento. No hay gloria tal para una categoría femenina de ningún deporte. La gloria de haber ganado, faltaría más. Pero el reconocimiento social no crece, ni siquiera en el deporte rey. No digo ya en otras disciplinas. Mirad si no a las nadadoras del equipo de natación sincronizada que hicieron un papel increíble en Pekín 2008. Se las conoce que no es poco. Pero de ahí a tal aclamación popular, hay zancadas de gigante. En este caso también hay hombres valientes que se han lanzado a colonizar las aguas a golpe de coreografía. Pero si hubieran querido, si buscasen esa gloria deportiva infinita, sabrían que en el fútbol había una oportunidad.

Vosotras, por ser mujeres y sólo por ser mujeres, no disfrutaréis (ni sufriréis) una gloria como esa. Ni aquí ni en el resto del mundo. Igual no os perdéis gran cosa. Igual lo más importante es la superación personal. Igual cuando seáis mayores no os gusta el deporte o sí y disfrutáis de él sin más metas. Pero a mí, creyendo en todo lo anterior, me da un poco de coraje que sea como un acuerdo mundial, colectivo, inconsciente y duradero. Y me da coraje que me cueste encontrarlo para otras cosas, sobre todo, para asuntos relacionados con mujeres. ¿Será el peso de la historia? Lo seguiré buscando. Para vosotras. Mientras, no voy a dejar de sentirme "ganadora del mundial" como todos los demás.

Cuestión de neuronas

Las vueltas empezaron con una conversación con el abuelo: que si yo no plancho, que si a ver ahora es que no tienes neuronas de planchar, que yo no tengo, que ya las vas entrenando, que vaya guasa que te traes, que la próxima navidad te cae una plancha y un delantal, que hago de todo menos eso, que te cae, te lo prometo.

Y desde entonces, sigo centrifugando.