Hoy no me he montado en el tren



Hoy no me he montado en el tren. Pero voy dentro. Es un tren que viaja libre. A ver si le dejan llegar.

Miro entre los asientos del vagón y veo miles de personas que creen que las mujeres nos merecemos otra cosa. Y los hombres. Y nuestros hijos e hijas. Porque frente a los que creen que la mujer debe asumir siempre un mismo papel en la historia, o aquellos que creen que el asunto del aborto es “una cortina de humo” para no hablar de lo importante (“no es que el tema del aborto no sea importante pero…”, dicen), hay un montón de personas montadas en un tren con un montón de apoyos fuera que creemos que la reforma de la ley del aborto es la punta del iceberg de un camino que no se puede desandar. 

Y no es un asunto de derechas, de izquierdas o de centro; no es un asunto, pienso yo, de valorar o no la vida. Estamos hablando de limitar las opciones de las mujeres, de considerarnos dignas de tutoría permanente. Y cansa un poco eso de que al género femenino se nos crea idiota por defecto. O naturalmente sabio para asuntos como la maternidad o la casa. 

Están usando argumentos perversos (ya me he cansado de escribir a Gallardón, no le veo receptivo) cuando olvidan que las mujeres que han tenido una razón para abortar han estado dispuestas a perder la vida por ello. Y las mujeres que han deseado ser madres también. A lo largo de toda la historia. No cuando a los “progres” les ha dado por ahí. Prohibir no siempre mejora la realidad de lo que pasa. Prohibir para esconder no es una buena idea. 

Las mujeres somos personas y luego, si queremos, madres. Y cargamos con todas nuestras decisiones: las buenas, las malas, las regulares, las difíciles, las reflexivas, las inconscientes.

Hoy no me he montado en el tren.  Pero voy dentro. Y le deseo, de corazón, un buen viaje. Porque espero que mis hijas no tengan que subirse a este tren de nuevo para recordar que hay pasos atrás que no se deberían dar.