Yo confieso (sobre juguetes y libros)


Voy a hacer una confesión. Le vamos a pedir a los Reyes Magos una cocina para vosotras (mis hijas). Va a ser el regalo grande del día. Hemos procurado que sea sencillita, que no sea rosa (no es fácil, lo garantizo) y que sea de madera (manías). Pero es una cocina. Si vosotras fuerais un chico y una chica, muchos aplaudirían la decisión familiar como un acto reivindicador de la igualdad y la coeducación. Pero resulta que tengo dos niñas en casa. Y les encanta dar de comer a los muñecos. Y hacen un plato de cualquier cosa. Me estresa la duda y me entran arrebatos de atajar el asunto con un garaje (que también os va a gustar), porque hay alarmas interiores que se me encienden cuando algo huele a sexismo o desigualdad. Pero estoy absolutamente convencida de que os lo vais a pasar en grande, así que habrá cocina.

Y acudo al decálogo del juguete no sexista buscando orientación. “No hay juguetes de niños o de niñas. Evita esta idea”. Por Dios, y yo ya llevo dos penalizaciones. Los bebés del cumpleaños y la cocina de ahora. A ver si mi subconsciente me está traicionando. ¿Sabéis que pasa? Que tampoco me voy a poner bruta porque sí y eliminar las cocinas, las muñecas y las combas porque las pobres hayan sido consideradas “de niñas”. Tampoco os voy a penalizar a vosotras prohibiendo ese tipo de juguetes que, de verdad, a mí me han gustado (sobre todo la comba). “Evita esa idea”. Pues eso, evita pensar que son para unos o para otros.  Así que sirven para unos y para otros.

“No hay colores de niños o de niñas”. En esta no me pillan. Porque por el rosa no paso. Me carga desde siempre. Pero no os podéis imaginar lo que cuesta a veces salirse del mundo “pink”. A parte de que me parece una injusticia que para las niñas sólo valga el rosa y para los niños todos los demás. Una desproporción.

 “… Escoge con acierto (…) libres de prejuicios sexistas”. De eso estoy hablando. Que para compensar tenemos moto y pelota (grandes éxitos ambos). Y los coches , y los click, y los colores, y los puzzles, y las construcciones, que no parecen sospechosos de nada. Y que han caído o caerán gracias a otras cartas a los reyes.

 “Busca libros, juegos y juguetes en los que se nombres niños y niñas”. Y debería añadir, sobre todo en el caso de los cuentos,  “y que aparezcan madres y padres” y si además hacen tareas iguales, mejor que mejor. Porque yo me veo todas las noches contando el  cuento de Garbancito en el que el papá del crío, aunque no aparece en el dibujo, entra también en la cocina; colocando a papá tortuga haciendo los biberones mientras mamá tortuga baña a las tortuguitas y explicando que  sí, que Caperucita también tiene padre que hace pasteles para la abuela enferma. Y en último caso, sí, opto por contar directamente cuentos sobre un cocodrilo, colores y números, donde no entran en estos temas.

El caso es que yo he jugado a los soldados con mi hermano, he pintado aviones, y he echado carreras de chapas ciclistas en la alfombra. Y a él le tocó vestir Nancis, pasear pin y pones, y saltar a la comba. Y de mi boca no saldrá un “a esto no juegues que esto es de niñas (o de niños)” como he llegado a escuchar en el parque. Así que sí, fuera la duda. Cae cocina. Y entraré en la siguiente preocupación que no tiene que ver con la calidad sino con la cantidad. Porque, en realidad, siempre me van a parecer demasiados juguetes. Pero esa es otra batalla. O la misma, según se mire.