Lavando vacas

No me resisto. La polémica de la "mamá-vaca" de El Mundo es de lo más apasionante. Y, después de leer el artículo, creo que lo único que vale en estas ocasiones, y que acaso añade algo a lo dicho en la Red, es la experiencia de cada uno.

Vaya por delante que creo de verdad que la lactancia materna es el mejor alimento para un bebé. Vaya por delante que eso de "el biberón para completar" no me lo creo mucho porque yo he generado leche para dos bebés. Por eso, estaba dispuesta a daros el pecho a las dos ¿Por qué no? Es cuestión de organizarse. El primer mes, así estuve. A todo trapo. Una, otra, una, otra... esperando a que los reyes magos me trajeran una butaca increíble de la que no moverme y desarrollando destrezas desconocidas antes: coger la novela con una mano y dar el pecho con la otra, hacer de todo mientras os daba de comer a una de vosotras (cocinar, abrir la puerta, ...) ... e incluso un par de veces intenté coger la postura para daros a las dos a la vez, que no me resultó cómoda ni relajada, para qué os voy a engañar.

Es verdad que durante ese tiempo (y más adelante como ahora os explicaré) comía como una lima sorda, enseñé los pechos a todo el planeta, y me tomé mi responsabilidad muy "a pecho", valga el chiste. Pero nada de eso me resultó un problema.

Sí, un poco, el cansancio. No soy muy buena compañía en estado de agotamiento total. Pero, sobre todo, vuestro llanto. Mientras daba de comer a una, otra lloraba sin resuello durante 40 minutos. Pese a mi ánimo de organización ante todo, no fui capaz de marcar el ritmo temporal para que no os fuera tan dura la espera. Y entonces, elegí. Decidí alternar biberón (en ocasiones de mi leche y en otras, de fórmula) y pecho, y evitar esa sobredosis de estrés que os suponía la espera para comer. Las voces pro lactancia me explicaron que me iba a durar muy poco el invento pero aguantasteis hasta los cinco meses y medio largos. Estoy orgullosa de ello y creo que es una de las razones por las que andáis tan sanotas por ahí.


Será el entorno, pero lo cierto es que no he recibido reproche alguno ni crítica ni he sentido incomodidad por dar el pecho donde me ha parecido oportuno y como me ha parecido. Quizás, algo de presión por parte de la abuela, hija de su generación, a la que en todo momento le parecía que teníais hambre (un clásico). Sin embargo, las críticas y miradas torvas, que tampoco han sido muchas, para qué os voy a engañar, han venido al sacar el biberón para prepararlo en algún lugar público. Es más, me han llegado a preguntar "¿será de tu leche, no?". Y qué si no lo era.


Y yo me pregunto si este no es un asunto muy personal. Si no es una cuestión de información fiable que, gracias a la Red, es amplia si se busca. De pros y de contras. Porque pese a que los contras del artículo no están muy afinados (y los podéis ver analizados uno a uno en el blog mamá vaca), creo que la responsabilidad de la alimentación (que no de la crianza) es bonita pero grande, pesada y agotadora, o al menos a mí me lo parece. Y que no todas las madres tienen por qué sentir esa "llamada del deber" de la misma manera. Y que no por eso son peores madres, creo yo, que es a veces como se siente una cuando toma la decisión de meter biberón pese a creer en la lactancia, como una sobredosis de culpabilidad. Puede que una entregada madre a la hora de dar el pecho, luego no dé lo que otro consideraría una educación perfecta, o lo mime demasiado o no juegue con él lo suficiente, quién sabe. Que aunque creo que el mejor alimento es la leche materna no me parece que las leches de fórmula sean veneno en bote. Que yo no hablo de talibanes, ni de fanáticos, ni de un bando y otro bando, sino de una sencilla y a la vez difícil elección. Con todas las razones de cada uno.


Y vaya por delante, en la medida de lo posible, esa cosa tan difícil que es el respeto. Vosotras ya no tomáis pecho por boicot a mamá. Aunque creo que mamá, por ser como es, no hubiera aguantado más de un año en la faena.