Odio a Peter Pan. Como el capitán Garfio. Sólo desde el sábado. Y siempre me
ha encantado. Pero ahora odio a Peter Pan. Al menos un poco.
La culpa es de la mirada de género. Porque te pones las gafas y lo ves todo.
Porque nunca me había fijado en esa Campanilla mirándose las caderas en el
espejo por si está gorda, en la pandilla de sirenas celosas y puñeteras, en los
indios diciéndole a Wendy que las mujeres no pueden bailar, ni en el padre de
los niños que queda a la altura del betún como el típico padre gruñón con
imaginación cero y sensibilidad nula. Pero ahí están. Ya sé, ya sé. La película
es de 1953, basada en un libro hijo de una época. Si está claro. Si el contexto
es el contexto. Pero ahí están. ¿Me lío la manta a la cabeza y digo "Aquí no se ven más películas moña"?¿Cuánto
influirán los dibujos en ellas? Me queda la duda.
Siempre les puedo poner a mis hijas "El libro de la Selva" que, total, no
tiene mujeres más que al final y Bagueera es un cañón. Así la cosa no se nota
mucho. O Tom y Jerry, que el patrimonio de las persecuciones es de todos los géneros. Porque como me ponga a repasar a Blancanieves (ese momento “os limpio la casita”) , a Cenicienta o
a La bella durmiente (con su objetivo matrimonial como destino), es para echarse las manos a la cabeza. Con ellas ya era
consciente de sus pegas pero, ay, de Peter Pan no me lo esperaba. De todo el
elenco princesas me quedo con la Bella, que por lo menos lee; o con Mulán, que
la muchacha tiene su carácter. Si me apuras, también con la Sirenita, que se
lanza a la aventura ella sola. O hasta con la muchacha de Tarzán, que es científica (oh, rareza). Pero como me ponga a analizar todas las películas y dibujitos con filtro me va a dar un
infarto de género.
Y me niego, oiga. Así que este recién nacido resentimiento por Peter Pan creo que lo voy a relativizar un poco. Porque lo grave en realidad es que no hace falta remontarse a 1953 para ver
películas que me quiten el sueño igualitario a golpe de abnegación. Barbie tiene una buena colección bien reciente de películas ilustrativas (claro, que yo nunca he podido con Barbie y temo el día en el que me pidan una mis hijas). O el Pequeño Pony que tiene serie y película para morir ahogado en almíbar.
O esos bonitos complejos para madres e hijas que alimentan el mundo de la fantasía monocroma del rosa feliz para convertirnos a “todas” en princesas Miss Sunshine de película y desfilar. Y que
conste que yo no tengo ningún problema en que mis hijas se vistan de princesas.
O de dinosaurios, o de piratas, o de trogloditas, o de reinas del desierto y brujas (este es
mi favorito).
Así que voy a tener que buscar una decisión salomónica e intentaré compensar la
sobredosis de felicidad Disney (que yo he visto todas, confieso) con
cuentos y películas que aporten otros modelos (Se me ocurre a bote pronto un Edad de Hielo pero se admiten recomendaciones). Que hay que ver de todo en la viña
audiovisual. Hasta para poder opinar.
De momento, voy a intentar rebajar mi preocupación para no morir de exceso de visión y porque,
en realidad, mis hijas ahora lo que quieren ser es Peter Pan y los piratas. Intentaré
llegar a un entente cordial con mi mirada de género para disfrutar de los
dibujos (que siempre me han gustado), y confío en que, dentro de poco, todo se pueda explicar. Que enseñe a mis hijas a hacer preguntas. Y tenga respuestas que ofrecer.
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