Queridas niñas. Ya es ocho de marzo: día internacional de la mujer. Vuestro día. Y a mí, sin ánimo de llevar la contraria, me sale hacer una reivindicación del amo de casa. Sé que existen. Conozco a más de uno, a más de dos e incluso a más de tres. Y no parece que reivindiquen su derecho a quedarse en casa y trabajar en sus labores a bombo y platillo. Me pregunto dónde se meten que no se manifiestan por las calles con carteles que digan “yo también friego, lavo, plancho, pongo la lavadora y todavía sigo siendo un hombre”. Me pregunto cómo no reivindican su igualdad en las tareas domésticas. El derecho a ordenar los armarios, a hacer la comida todos los días, a “llevar la familia”.
Me lo pregunto porque me parece que no lo hacen por gusto. Ni nosotras. Si no por una cuestión de deber. Y nosotras. Me pregunto por qué este empeño de las mujeres por tener trabajo fuera de casa. Porque las mujeres sí han salido a la calle a pedirlo, a reivindicarlo. Y qué obsesión. Será esa frivolidad que supone la independencia, las opciones.
“Todas las mujeres trabajan”, leía ayer. “Dentro y fuera de casa”. Así que hoy elogio a los amos de casa. Porque me gustaría escuchar que todos los hombres trabajan, dentro y fuera de casa. Porque creo que sería un pasito a tener en cuenta en este asunto de las igualdades.
¿Será porque da más lata trabajar dentro que fuera? ¿Será que da menos satisfacciones, que es menos agradecido? ¿Será que no paga la comida ni el piso? Sería todo un debate este. Uno de vuestros tíos dice que estaría encantado de quedarse en casa pero yo creo que lo dice con la boca pequeña. Lo que queremos todos es ser millonarios de familia y que nos lo hagan todo. Y, a ser posible, vivir de las rentas. Solución: jugar al cuponazo.
De momento, los excluidos de la clase pudiente, a seguir con nuestras labores.